El acuerdo al que llegó ayer la administración Obama en las conversaciones de Ginebra es un acuerdo repleto de fallas que se arriesga a reducir la presión de las sanciones contra Irán durante los próximos seis meses a cambio de unas promesas iraníes fácilmente reversibles, algunas de las cuales ya las hizo anteriormente Irán, aunque luego las incumplió. El acuerdo exige que Irán ponga freno a algunas, no todas, de sus actividades nucleares durante los próximos seis meses a cambio de una reducción de las sanciones por valor de alrededor de $7,000 millones.
El capitán Louis Renault se mostraba “escandalizado, escandalizado” al descubrir que se seguía jugando en “Casablanca” y lo mismo sucede con los investigadores de Naciones Unidas que examinan los abusos contra los derechos humanos en Corea del Norte. El mes pasado, una Comisión de Investigación oficial de la ONU proclamó el “escandalizado” testimonio de las “extendidas y graves violaciones” contra los derechos humanos de su pueblo por parte del régimen de Pyongyang. Pero ¿qué es más perturbador, los detalles conocidos desde hace tanto tiempo de la brutalidad de Pyongyang o que sólo ahora vaya a investigarla la ONU?
Un reciente editorial del periódico chino Global Times pedía una “desamericanización”.
Preocupados por el cierre del gobierno americano y por la perspectiva de que no se aumentase el límite de la deuda, el editorial argumentaba que Estados Unidos es demasiado irresponsable como para que se le permita seguir siendo la potencia dominante.
Las conversaciones de Ginebra han hecho que de nuevo surjan esperanzas de un avance en las conversaciones con Irán sobre asuntos nucleares, durante tanto tiempo estancadas. Los diplomáticos occidentales han expresado un “optimismo con cautela” acerca de las perspectivas de éxito tras dos días de conversaciones. No obstante, Irán no se ha movido de su desafío a los elementos clave de las múltiples resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU; simplemente ha adoptado un tono más suave y diplomático.