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Chile y sus “Semillas de Futuro”

Semillas de futuro [1]

Pensar colectivamente en Chile y su destino marca el liderazgo de una generación y permite lograr objetivos comunes, compartidos como nación para enfrentar los desafíos que presenta el futuro.

Así lo hicieron muchos de nuestros dirigentes en diferentes épocas de la historia y así también lo hacen países que han podido dar un salto cualitativo y cuantitativo en su desarrollo humano, convocando a distintos sectores de la población más allá de sus diferencias.

Sin embargo, nuestra situación política actual tiene limitaciones para realizar y tener una visión en prospectiva, que convoque a diversos actores sociales y académicos, con la finalidad de enfrentar los retos que presenta el mundo del mañana.

Ésa ha sido exactamente la motivación inicial para desarrollar este libro, convocar a un amplio espectro de personalidades de las más variadas áreas, con el fin de pensar nuestro país en relación a los retos que debemos enfrentar para nuestro porvenir. Con ese fin he realizado por un periodo de más de 3 años las entrevistas que aquí se exponen.

Era necesario que asumiéramos este desafío, porque Chile lo demanda, fundamentalmente nuestras generaciones futuras.

Hoy, sin duda, nuestro principal problema país es que se instaló en él una desconfianza que limita la convivencia. Primero, desde el punto de vista interpersonal, donde según la OCDE, sólo un 13% de los chilenos confía en su vecino. De la cultura barrial de los 50, en estos inicios del siglo XXI prácticamente no existe interacción o conocimiento con el que vive al lado.

Esa desconfianza interpersonal se fue plasmando en otra, la institucional, afectando a importantes entidades que antes eran consideradas fundamentales para los chilenos, como por ejemplo la Iglesia Católica, la actividad política o la empresa privada. Todo ello, profundizado a partir de 2011, como lo muestran estudios de opinión pública  de esos años, donde se refleja, además, el marcado individualismo de que da cuenta un informe realizado por Ellinor Owe y Vivian Vignoles, para la Universidad de Sussex, en el que Chile figura como el segundo país más individualista del mundo después de Estados Unidos.

Esta desconfianza, entonces, sumada al individualismo, nos muestra que hemos estado construyendo una cultura sin horizontes, del “metro cuadrado”, de los guetos, donde unos chilenos no saben cómo viven otros chilenos, y de lo desechable, pero que estamos a tiempo para revertirla y debemos hacerlo. Claro, hoy urge hacer algo. Y para ello, primero, debemos entender y aceptar, para combatirla, la gran diferencia que existe entre los varios “Chiles” que coexisten y muchas veces se ignoran o temen.

La política es una responsabilidad de todos y una tarea tan importante para nuestra convivencia que no puede quedar entregada solamente a las manos de los dirigentes políticos.

Diseñar y trabajar por el destino de nuestro país es un deber que convoca e interpela a toda la sociedad, el punto es que los dirigentes políticos debemos tener la habilidad y capacidad de integrar, escuchar y convocar a todos en esa tarea.

Una visión reducida de la política nos ha permeado el último tiempo como generación. Algunos ven a la función del “político” como una profesión especializada dentro de la sociedad. Una profesión que utiliza, por ejemplo, instrumentos modernos como son las encuestas para comunicarse y entender a la sociedad, lo que ha limitado la interacción y la participación en el desarrollo de desafíos y proyectos colectivos, y en donde por muchos se pierde la dimensión personalizadora y a escala humana de la normativa pública.

Y por otra parte, sectores sociales, académicos, dirigentes profesionales ven la política como algo distante, sin interés alguno en acercarse y, ojalá, por ellos pudieran mantenerse lo más alejados del mundo “político” que ven como algo ajeno. Esas visiones son un tremendo error, con consecuencias y efectos limitantes para nuestra convivencia y nuestro desarrollo.

La modernidad y la especialización, ha llevado a que la función política pierda la capacidad, tanto de representar como de convocar a otros actores para pensar la política como tarea integradora, horizontal y transversal.

A estas realidades sociológicas, le sumamos un diseño institucional que restringe la transparencia y competencia del sistema político en su conjunto. La ley de partidos políticos, aspectos del ya modificado sistema electoral binominal, el hiperpresidencialismo de nuestro régimen político y el centralismo político, económico y fiscal exacerbado alimentaron la distancia entre la ciudadanía y sus representantes políticos.

La Política y el Estado, especialmente los partidos políticos, no han sabido interactuar ni canalizar a un nuevo ciudadano. No fuimos capaces de anticiparnos a los problemas sobrevinientes y nos dimos cuenta de ellos, únicamente cuando nos explotaron en la cara, afectando la credibilidad y confianza en las instituciones que urge resolver, para construir un país donde todos quepan y se sientan parte, un país para todos.

Y aquellas voces que veníamos alertando de este proceso no tuvimos la fuerza o el espacio para generar un punto de inflexión en forma oportuna, transformándose en una suerte de profecía auto cumplida.

 

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