- Libertad.org – Opinión y análisis político en defensa y promoción de la libertad individual - http://legacy.libertad.org -

Obama está esquivando responder sobre el caso del sargento Bergdahl

Foto por UPI/Kevin Dietsch/Newscom [1]

Foto por UPI/Kevin Dietsch/Newscom

Desapareció en combate. Su familia sólo podía rezar para volver a verlo alguna vez.

El 3 de agosto de 1944, el cabo del Ejército de Estados Unidos Lawrence Gordon desapareció de su unidad, la Compañía de Reconocimiento del 32º Regimiento Acorazado de la 3ª División Acorazada. Desapareció durante la batalla de la Bolsa de Falaise, una batalla salvaje y sin cuartel en la que las tropas americanas trataron de capturar al 7º Ejército alemán mientras se retiraba de Francia.

El destino de Gordon fue un misterio durante 70 años.

A pesar del constante empeño del Pentágono por responder de todos los soldados hechos prisioneros o perdidos en combate, Gordon pasó al olvido.

La historia podía haber terminado ahí. Salvo por un equipo de investigadores voluntarios que supo de la desaparición de Gordon y decidió encontrarlo y traerlo de vuelta a casa.

Y lo encontraron, efectivamente. Muerto en combate, Gordon había sido enterrado por error en un cementerio militar alemán.

Con la cooperación de las autoridades alemanas y francesas, este equipo obtuvo una prueba de ADN que confirmó la identidad de Gordon.

Este mes, sus familiares llevarán sus restos a Madison, Wisconsin, donde se examinarán de nuevo, luego volverán a la localidad de Eastend, Saskatchewan. Allí, el cabo Gordon descansará junto a su familia.

Sí, Gordon era canadiense. Se alistó en el Ejército de Estados Unidos porque creía que le ofrecía la mejor oportunidad de cruzar el océano y vérselas con los nazis.

La perseverancia de estos voluntarios para traer de vuelta a este soldado es una noble expresión del sentimiento de que “no se deja atrás a ningún soldado”.

Pero además, la historia de Gordon tiene un gran significado para aquellos americanos que tratan de desentrañar el misterio y las controversias que rodean el “intercambio de prisioneros” que dio pie a la liberación en Afganistán del sargento del Ejército Bowe Bergdahl.

Cuando se plantearon preguntas en torno a los hechos y condiciones del intercambio, por el que se puso en libertad a cinco líderes talibanes de alto nivel detenidos en la Bahía de Guantánamo a cambio de Bergdahl, el presidente intentó esquivar a los escépticos con una aseveración que pareció muy noble: “No les damos la espalda. No dejamos a nadie atrás”.

Efectivamente, las fuerzas armadas americanas tienen la orgullosa tradición de esforzarse por responder de todos los soldados de Estados Unidos en todos los conflictos, así como de trabajar sin descanso para garantizar la puesta en libertad de todos los miembros de las fuerzas armadas hechos prisioneros. Se trata de un compromiso que contraemos con cualquier militar que se exponga al peligro por servir a la nación.

Pero expresar ese principio de ningún modo alivia la preocupación ni responde a las preguntas planteadas por este acuerdo en concreto. El presidente estaba simplemente lanzando frases retóricas y rimbombantes que no responden a las verdaderas circunstancias del caso.

Y es exactamente lo mismo que hizo en su discurso sobre política exterior de la semana pasada en West Point. Por ejemplo, Obama intentó defender su enfoque del liderazgo en la sombra al declarar que una “estrategia que implique invadir todos los países que den refugio a redes terroristas es ingenua e insostenible”. Por supuesto que lo es. Ninguna voz respetable respecto a la seguridad nacional de Estados Unidos ha defendido jamás ese tipo de procedimiento y mucho menos llevarlo a cabo. Obama estaba simplemente echando por tierra la falacia del hombre de paja que él mismo había creado.

Qué decepcionante es ver al presidente utilizando exactamente el mismo artificio retórico para abordar la complicada realidad y las decisiones en torno a la vuelta de Bergdahl.

Por supuesto, todos los americanos están de acuerdo con que Estados Unidos tiene la obligación inamovible de traer de vuelta a casa a todos nuestros hijos e hijas. Nadie discute eso. Pero cómo se cumple con ese deber sí importa.

El proceso no debería comprometer la seguridad nacional de Estados Unidos. Ni nuestro honor debería verse comprometido. Jamás.

Estos son los temas que los americanos querían que el presidente abordase, para así poder comprender este acuerdo con los talibanes.

Pero al optar por la retórica en lugar de hablar de manera responsable, Obama ha agrandado la brecha, ya bastante amplia de por sí, sobre cuánto confían los americanos en él para que dirija la política exterior con prudencia y responsabilidad.

 

La versión en inglés [2] de este artículo está en Heritage.org.