Raúl Castro está teniendo una buena racha tanto en casa como en el extranjero. Por ahora, parece que se está desempeñando bien, incluso por encima de lo previsto. Por desgracia y mientras tanto, la administración Obama anda ocupada en demasiados frentes, desde el embargo de fondos hasta la crisis en Siria y está todavía tratando de localizar Latinoamérica en el mapa.
Alan Gross podría haber sido vecino suyo. Un americano de la generación de la posguerra al que le encantaba tocar la mandolina y comer semillas de girasol, una persona de gran corazón. Gross escogió un empleo que lo llevó por todo el mundo ayudando a equipar a quienes luchan contra la opresión política y económica. Pero por desgracia, Alan Gross no es su vecino, sino el prisionero de un régimen represivo como el cubano, que niega las libertades.
En marzo de 2011, una corte cubana declaró a Gross culpable del absurdo cargo de “actos contra la independencia o la integridad territorial del estado” de Cuba y lo condenaron a 15 años de prisión. Gross no fue ni es espía o agente de subversión. El propósito de tan cruel sentencia punitiva fue enviar un mensaje claro del régimen de Castro a los que sueñan con verdadera libertad en la isla.