Los responsables políticos y los líderes nacionales deberían reconocer el papel tremendamente importante de la fe y la práctica religiosa a la hora de dar apoyo a las familias, incrementar su bienestar e impulsar una sólida sociedad civil. Proteger la libertad de las personas y de las organizaciones para vivir su fe de manera pública (no pisoteando la libertad religiosa mediante coercitivos dictados del gobierno) puede asegurar que más gente disfrute de los beneficios de la práctica religiosa.
Los recientes datos sobre el comportamiento sexual de los adolescentes son motivo de esperanza para el bienestar y las perspectivas futuras de la próxima generación. Una combinación de la activa participación de los padres y política pública inteligente puede servir para promover la tendencia hacia la abstinencia juvenil y convertir esa esperanza en realidad.
Los jóvenes con padres que se involucran en sus estudios disfrutan de una relación más estrecha con ellos y son menos propensos a presentar problemas de conducta, a experimentar con conductas de riesgo y gozan de una mejor salud emocional. Además, tienden a lograr mejores calificaciones y mayores niveles de educación.
Patrick F. Fagan, de Heritage, indica que “la práctica de la religión es un antídoto poderoso para muchos de los acuciantes problemas sociales de nuestro país, muchos de los cuales han alcanzado proporciones históricamente altas”. La religión siempre ha servido para refinar las miserias de la condición humana y las cifras de las investigaciones nos hablan de la virtud que se deriva de la religión y su repercusión en la sociedad civil.