La creciente amenaza de los misiles nucleares de largo alcance pone en peligro la vida de millones de americanos a la vez que altera la estabilidad regional y global. El más reciente altercado en la península de Corea supone un aleccionador recordatorio de esta cruda realidad. Por ello, para proteger de manera efectiva a los americanos frente a ataques sin escrúpulos en un futuro cercano se debe poner en marcha un plan riguroso de pruebas de la defensa antimisiles.
Ciertamente, ni siquiera con la retirada de Estados Unidos de Irak y Afganistán se habrá convertido el mundo en un lugar más seguro. Corea del Norte continúa avanzando en sus capacidades de misiles balísticos, el conflicto en Siria se ha vuelto cada vez más violento e Irán amenaza constantemente a Estados Unidos con su programa nuclear en desarrollo y con una lluvia diaria de misiles contra uno de nuestros principales aliados, Israel.
Mientras otros países, como China, invierten cada vez más en sus recursos de defensa nacional, Estados Unidos parece haberse decidido a renunciar a su poderosa ventaja en este terreno. Como afirmó en 1790 el primer presidente de la nación, el general George Washington, “el medio más eficaz para preservar la paz” es “estar preparados para la guerra”. La pregunta hoy es, si con la política de defensa de la administración Obama, nos estamos autodesarmando.