Mitt Romney ha hecho público su plan para reformar el enfermo sistema educativo de Estados Unidos. Se basa en la opción escolar, el empoderamiento de los padres y pide una mayor transparencia de resultados. Por el camino, amonesta a los sindicatos educativos –muy acertadamente– por oponerse a la reforma.
Durante años, la intervención federal en las escuelas ha crecido hasta llegar a niveles jamas vistos y la ley Que Ningún Niño Se Quede Atrás (NCLB) ha continuado esta tendencia. Mientras el gasto federal, los programas del gobierno y los impedimentos que impone siguen creciendo, el logro académico sigue sin mejorar.
El Senado empezará hoy a valorar la propuesta de 860 páginas presentada por Harkin para reescribir la Ley de Educación Primaria y Secundaria (ESEA). El proyecto representa añadir más regulaciones y más burocracia a los distritos escolares locales, manteniendo el statu quo de la reforma educativa dictada desde Washington. Y el problema es que el Senado no ha tenido tiempo para examinar en detalle la legislación que se propone, no digamos ya para oír las voces de aquellos a los que busca controlar.