Una compañía de California ha sido contratada para proporcionar 450,000 galones de biocombustible avanzado a la Marina de Estados Unidos –la “mayor compra de biocombustible en la historia del gobierno”, según indica la Marina misma– por un valor de $15 el galón, lo que es aproximadamente cuatro veces el precio de mercado del combustible convencional de aviación.
Entre políticos y académicos, la filosofía keynesiana es lo universalmente aceptado. Sin embargo, sus repetidos fracasos en años recientes han dejado a los americanos buscando una explicación alternativa al keynesianismo y es algo que su sentido común ya les dice a gritos: Gastar no es la vía a la prosperidad económica, ya sea un gasto de $447,000 millones o de $845,000 millones.
Esos masivos incrementos de impuestos son parte del plan del presidente para reducir la deuda descontrolada de la nación, pero en vez de enfrentarse al subyacente problema del gasto, su plan solo servirá para profundizar aún más el lío económico y paralizar las verdaderas reformas que Estados Unidos necesita para ponerse de camino a la cordura fiscal.
Desafortunadamente para los catorce millones de americanos desempleados, el presidente continúa firme en su camino de presentar políticas de grandes gastos para luego centrarse en más impuestos y aún más altos para poder pagar por el gasto. ¿Quién acaba pagando el precio? Los creadores de empleo de la nación y aquellos en la cola del desempleo.
En septiembre, el presidente Obama debe pronunciar un discurso en el que desvelará un nuevo plan para crear empleos y hacer que la economía de Estados Unidos crezca otra vez. El problema es que el plan probablemente estará diseñado con las mismas nociones que produjeron las políticas que han llevado a la economía de la nación donde está hoy. Si Estados Unidos no desea seguir con déficits y desempleo sin fin, entonces hace falta una nueva agenda.