En estos días donde la muerte de Eduardo Galeano ha reverdecido las páginas de su libro Las venas abiertas de América Latina, que alimentó desde los años 70 todos los populismos de izquierda, comprobamos con incredulidad la capacidad que siguen teniendo para mantener a todo un subcontinente en la indigencia democrática y económica. El mayor daño de sus páginas es haber dado una coartada perfecta a varias generaciones de latinoamericanos para huir de la responsabilidad en la miseria de sus pueblos y endosarla al colonialismo europeo y el imperialismo yanqui.
Hace hoy tres años, el presidente Barack Obama firmó y promulgó como ley su paquete de estímulo de un billón de dólares, una medida que él prometió que salvaría o crearía tres millones de empleos para finales de 2010 y que impediría que el desempleo subiese más del 8%. Y aunque hoy el presidente probablemente alegaría que gracias a sus esfuerzos la economía de Estados Unidos está creciendo, no le crean. Se ha pronunciado el veredicto: La Obamanomía, o sea la economía a lo Obama, ha fracasado.
Incapaces de convencer a los americanos de que un nuevo estímulo de medio billón de dólares a pagarse con nuevos impuestos sea una buena idea —ni siquiera convencen a sus correligionarios del Partido Demócrata— ahora intentan que se apruebe subrepticiamente al menos una parte, empleando una narrativa simpaticona – pero falsa.
La encuesta indica que casi tres cuartas partes de los jóvenes americanos entre 18 y 29 años pospondrán los acontecimientos importantes de la vida asociados con el Sueño Americano, por ejemplo, la compra de una casa, la preparación para la jubilación, seguir educándose, casarse y tener hijos. La encuesta también muestra que el 76% aboga por un menor gasto federal y más de la mitad está de acuerdo en que el crecimiento económico sucede con menos regulación gubernamental y una menor tasa impositiva a las ganancias.
Entre políticos y académicos, la filosofía keynesiana es lo universalmente aceptado. Sin embargo, sus repetidos fracasos en años recientes han dejado a los americanos buscando una explicación alternativa al keynesianismo y es algo que su sentido común ya les dice a gritos: Gastar no es la vía a la prosperidad económica, ya sea un gasto de $447,000 millones o de $845,000 millones.