No es ninguna broma, pero el Califato que ha declarado el líder espiritual del EIIL, conocido por su nombre de guerra Abú Bakr al-Bagdadi, ocupa ya una extensión mayor que la Florida y sigue creciendo con el paso de los días a pesar de los bombardeos. El Estado Islámico es más que un grupo terrorista, es un ejército, cuenta con una población afiliada por convicción o por miedo y controla un territorio.
El mejor modo de empezar a ganar una guerra es dejar de perderla. Ciertamente este axioma se aplica a lo que está pasando en Irak. Pero, una vez dicho eso, no hay lugar para los soldados americanos en esta batalla.
Es cierto, los americanos se juegan mucho al impedir que los primos de al-Qaeda establezcan un califato brutal en Irak. Medio Oriente es una encrucijada mundial. Si no se controla, la perversa influencia del Estado Islámico podría provocar una espiral de conflictos sectarios en la que se vería atrapada toda la región.
El EIIL (Estado Islámico de Irak y el Levante) no es sólo el grupo terrorista de moda. Se trata de un exitoso y gigantesco movimiento con una filosofía apocalíptica y nihilista. Cuando dicen “conviértanse, únanse a nosotros o mueran”, no sólo lo dicen, sino que lo materializan con espantosas consecuencias.
El periodista gráfico americano James Foley fue decapitado por un miembro del Estado Islámico (EI) y su muerte mostrada en un video de YouTube publicado el martes. El verdugo de Foley hablaba un inglés fluido con un fuerte acento del este de Londres, lo que ha llevado a los expertos a creer que el yihadista es un ciudadano británico.
No se equivoque, la metódica y salvaje marcha del Estado Islámico a través de Medio Oriente amenaza algo más que a las minorías étnicas y religiosas atrapadas en su camino. Estados Unidos y sus aliados, especialmente los de la región, tienen razones para estar preocupados por el costo humano de permitir que el Estado Islámico deambule libremente.