Piense en el problema de deuda de nuestro país como en un paciente con un cáncer que amenaza su vida. El paciente acaba de comprender que la progresión de la enfermedad se ha ralentizado un poco. Sería absolutamente estúpido ver el cáncer como algo menos serio y sería el culmen de la estupidez posponer la desagradable cirugía prescrita.
En todo Estados Unidos, las familias están balanceando sus presupuestos e incluso saldando sus deudas. Desde el pánico financiero de 2008, la deuda privada ha caído a medida que los americanos se han ido apretando el cinturón y devolviendo sus préstamos. Por desgracia, algunos se tuvieron que declarar en bancarrota debido a que sus deudas se hicieron demasiado grandes. Pero Washington no se puede declarar en quiebra; en cambio, debe seguir el ejemplo de millones de americanos y reducir el gasto para vivir dentro de sus posibilidades.
Esta semana, el reloj de la deuda nacional de Estados Unidos marcó un hito de pesadilla: la cifra récord de $15 billones. No basta con palabras para describir el alcance del endeudamiento debido al gasto federal, pero es indudablemente una asombrosa cifra que ha crecido drásticamente en la pasada década y es más de $4 billones más grande que cuando el presidente Barack Obama llegó al cargo hace tres años.