En marzo de 2011, una corte cubana declaró a Gross culpable del absurdo cargo de “actos contra la independencia o la integridad territorial del estado” de Cuba y lo condenaron a 15 años de prisión. Gross no fue ni es espía o agente de subversión. El propósito de tan cruel sentencia punitiva fue enviar un mensaje claro del régimen de Castro a los que sueñan con verdadera libertad en la isla.
Hace veinte años el mundo vio cómo caía la Unión Soviética. El régimen “plantado por bayonetas”, como en una ocasión lo describió el presidente Ronald Reagan, no consiguió arraigarse y finalmente el imperio que se amuralló tras una Cortina de Hierro para aislarse de Occidente no pudo escudar a su pueblo de la refulgente luz de la democracia.
Pero la realidad de Cuba se parece poco a la narrativa sobre la pequeña isla valiente. La penuria de Cuba no tiene nada que ver con la decisión de Estados Unidos de no comerciar con la isla comunista, sino con que la isla sea comunista en primer lugar. Si el comunismo produjo miseria en Europa y Asia (donde la mitad de Alemania y Corea se quedaron estancadas bajo la represión mientras que sus mitades capitalistas prosperaban en libertad económica y política), ¿por qué iba a ser diferente el resultado en el Caribe?