Ayer se cumplieron 11 años de la invasión liderada por Estados Unidos en Afganistán, que se lanzó justo tres semanas y media después de los atentados del 11 de septiembre. Recientemente, se alcanzó la marca de la baja número 2,000 entre las tropas de Estados Unidos en Afganistán. Esta cifra (junto con el horror de los “ataques desde dentro” cometidos por soldados afganos contra los aliados) requiere de una explicación acerca de la situación en la que se encuentra Estados Unidos en Afganistán.
“Es un barco sin marineros. Es una brigada sin balas. Es un escuadrón aéreo sin suficientes pilotos calificados. Es un tigre de papel”, comentaba el secretario de Defensa Leon Panetta sobre los efectos de los “secuestros” de fondos que se avecinan, que reducirán en más de medio billón de dólares el presupuesto de defensa durante los próximos 10 años.
El pavoneo político en torno a la retención de fondos está siendo vergonzoso. Como describió Bob Woodward en su libro The Price of Politics (El precio de la política) la presente crisis no fue producto de la ineptitud o de unas prioridades erróneas (¿quién habría pensado que ahora esos serían considerados como males menores?)