Han pasado más de 10 años desde los atentados del 11 de septiembre. Desde entonces, por lo menos conocidos públicamente, se han frustrado 45 atentados terroristas. Este último complot sirve como un importante recordatorio de que la amenaza del terrorismo no ha disminuido. Estados Unidos debe seguir alerta.
Aunque las protestas contra Guantánamo continúan, también lo hace la guerra contra los terroristas. Al-Qaeda, sus aliados y otros con la misma agenda asesina y antiamericana, continúan planeando el próximo ataque contra nuestro territorio. De igual forma, Estados Unidos debe continuar haciendo todo lo que pueda —dentro del imperio de la ley— para impedir esos ataques antes de que se pierdan más vidas. Eso incluye el uso del centro de detención de Guantánamo a no ser que se proponga otra opción que sea segura y razonable.
La administración Obama ha restado importancia a los riesgos de seguridad en Irak como parte de su iniciativa para anotarse puntos políticos con tal de poner fin al papel militar de Estados Unidos en dicho país. La administración sostiene que el fin de la misión militar es un triunfo para la visión de la política exterior del presidente. En realidad, la guerra de Irak se encarriló camino al éxito de la mano de la administración Bush que valientemente ordenó un aumento de las tropas y un cambio de estrategia en 2007 cuando muchos críticos afirmaban que la guerra ya estaba perdida.
La muerte de Osama bin Laden fue una victoria duramente ganada por Estados Unidos, pero los beneficios obtenidos en la búsqueda de ese día de justicia y por librar la guerra de Afganistán —incluido poner a al-Qaeda a la fuga— podrían dilapidarse si la administración Obama continúa con el rumbo establecido.