Por primera vez en cuatro años, el Congreso de Estados Unidos se encuentra inmerso en un intenso debate presupuestario. Tómese un momento para decir al menos “¡Hurra!”, aunque sea de forma contenida. El gobierno federal se ha embarcado por fin en su responsabilidad más básica. Este es el precio exigido en febrero por los republicanos de la Cámara de Representantes a los demócratas del Senado para aumentar el límite de la deuda. Hasta aquí, todo perfecto.
Se esperaba que el presidente Obama hiciera una defensa del aumento del límite de la deuda en la rueda de prensa de ayer por la mañana. Toda esta situación viene a consecuencia de que los republicanos de la Cámara de Representantes han ido supuestamente sopesando la posibilidad de los “impagos” y del “bloqueo del gobierno”. Aunque es alentador que los conservadores se estén preparando para la lucha política, es importante que los responsables políticos y la opinión pública sigan teniendo perfectamente claros esos dos términos.
El actual sistema impositivo desmotiva el ahorro. Desmotiva la inversión. Desmotiva el espíritu empresarial. Causa que los que toman decisiones deslocalicen los recursos de la nación, limitando las ganancias por productividad, las ganancias salariales y el nivel total de competitividad internacional de la nación. Y es muy, muy complicado. El Nuevo Impuesto de Tipo Único es el remedio.
¿Por qué la eurocrisis no va a desaparecer tan fácilmente? Porque incluso si los griegos y los demás adoptasen cada una de las efectivas políticas de crecimiento conocidas por la humanidad, aún así se quedarían con su problema de devaluación por resolver. Ningún fondo de rescate financiero de ningún tamaño puede resolverlo. Ninguna cantidad de recapitalización bancaria puede resolverlo. Los países en cuestión deben decidir qué devaluación llevar a cabo: externa o interna. La primera requiere abandonar el euro. La segunda probablemente lleve a una revolución y luego a la salida del euro.