“Cuando no puedas hacer que vean la luz, haz que sientan el calor”. Ayer, el sensato consejo del presidente Ronald Reagan sonaba verosímil. Los activistas de base y de grupos conservadores, liderados por Heritage Action for America (Acción por América de Heritage), desbarataron el plan para subir los impuestos a ciertos americanos y a los pequeños negocios.
A última hora de hoy, la Cámara de Representantes, liderada por los republicanos, votará sobre el “Plan B”, la más reciente e insatisfactoria propuesta presentada por el vocero John Boehner (R-OH) para evitar el abismo fiscal. El plan de Boehner protegería a la mayoría de americanos, excepto a los millonarios, de la subida de impuestos. Pero incluso este es un mal arreglo, pues ignora el problema real: el gasto.
Si el pasado es prólogo, la obsesión actual con el gasto deficitario keynesiano como estímulo desaparecerá, como siempre lo ha hecho en el pasado, tanto en este país como en otros lugares. Tal vez este sencillo artículo del Washington Post marque el comienzo del fin de la más reciente encarnación de este disparate fiscal.
El gasto está fuera de control y se va a poner peor con la presente política escogida. Los conservadores no tenemos razón alguna para aceptar una mayor presión fiscal sólo para que Washington pueda gastar más. Esta batalla es acerca de poner el gasto bajo control y limitar el tamaño y alcance del gobierno. Dicho simplemente, más impuestos significan más gobierno.