Alan Gross podría haber sido vecino suyo. Un americano de la generación de la posguerra al que le encantaba tocar la mandolina y comer semillas de girasol, una persona de gran corazón. Gross escogió un empleo que lo llevó por todo el mundo ayudando a equipar a quienes luchan contra la opresión política y económica. Pero por desgracia, Alan Gross no es su vecino, sino el prisionero de un régimen represivo como el cubano, que niega las libertades.
Cuando sólo restan unas cuantas semanas para que acabe 2012, en Washington todos los ojos están puestos en el Congreso y en las negociaciones sobre el “abismo fiscal”. Como de costumbre, el Congreso y el presidente están alargando demasiado algunas cuestiones realmente importantes antes de llegar a un acuerdo, una situación que nunca termina bien para los contribuyentes.