Ayer, al alcalde-niñera de la ciudad de Nueva York, Michael Bloomberg, le dieron con palo – muy merecido, por cierto. Un juez de la Corte Suprema de Nueva York dictó sentencia en contra la imperial orden de Bloomberg prohibiendo la venta de refrescos y otras bebidas azucaradas en recipientes de gran tamaño. Una prohibición prevista a entrar en vigor hoy martes.
La historia nos ha enseñado a través del tiempo y de las víctimas de injusticias toleradas en nombre del “bien común” que un gobierno demasiado poderoso es capaz de cometer atrocidades y abusos incluso en contra de su propia gente. Sin embargo, tampoco debemos olvidar los peligros de un Estado sin orden, sin leyes y sin una autoridad que vele por la justicia. Esto es lo que alarma a aquellos que se rehúsan a ser críticos con el Estado omnipresente.
El golfista profesional Phil Mickelson, uno de los muchos, aunque cada vez menos, ricos que viven en California, parece que se anotó un bogey cuando la semana pasada dio a entender que puede que el tipo impositivo marginal cercano al 60%, que recae sobre los millonarios del estado, sea suficiente para hacer que huya hacia un estado con una menor presión fiscal.
El lema de la convención demócrata de esta semana en la ciudad de Charlotte, Carolina del Norte, es “Nosotros lo hacemos posible”. Y ¿quiénes forman ese “nosotros”? Aquí tiene la respuesta del comité de bienvenida: “El gobierno es lo único a lo que todos pertenecemos. Tenemos diferentes iglesias, diferentes asociaciones, pero estamos juntos como parte de nuestra ciudad o de nuestro condado o de nuestro estado o de nuestra nación”.