El pasado día 9 dimitió el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), David Petraeus. Hay pocos puestos en el gobierno más vitales que el del jefe de la agencia cuya principal responsabilidad es proporcionar la información de inteligencia estratégica que los presidentes utilizan para tomar sus decisiones más urgentes sobre seguridad nacional y política exterior. Además, la agencia realiza sensibles operaciones encubiertas para proteger los intereses de Estados Unidos, muchas de ellas muy arriesgadas.
¿Qué piensan realmente los americanos sobre los inmigrantes? Considere el caso del sargento Dan Zapalski, que mientras se preparaba para entrar en batalla, su coronel lo reprendía por actuar como un “idiota polaco…típico de todos los americanos de primera generación, estúpidos y sensibles, poco prácticos y razonables, además de molestos”.
Washington es conocido por filtrar el último día laborable de la semana las noticias que no quiere que se examinen demasiado a fondo. De modo que el pasado viernes era el momento adecuado para que la Oficina del Director Nacional de Inteligencia (ODNI) hiciera pública una declaración acerca de los conflictivos informes de la administración Obama sobre el ataque que acabó con la vida del embajador de Estados Unidos en Libia.
Parte del problema es la tentación de convertir la experiencia de los militares en una narrativa: guerra buena, guerra mala, amar a las tropas, odiar la guerra. Deberíamos rendir homenaje a las fuerzas armadas por su servicio y su sacrificio independientemente de nuestra opinión política. Y no deberíamos calcular cuánto nos importan en relación con lo que hace el gobierno. Nuestros hombres y mujeres de las fuerzas armadas son nuestros. Proceden de nuestros barrios. Lo que hagamos es lo más importante de todo.