El no rechazar el crucifijo comunista, símbolo entregado por Evo Morales, da mucho que pensar. No podemos dejar de recordar la resistencia al comunismo del Obispo Karol Wojtyla, más conocido como el papa Juan Pablo II, en la Polonia esclavizada por el imperio soviético, tras el horror de la Segunda Guerra Mundial.
He visto repetidos tres viejos argumentos sobre Estados Unidos. El primero es que el intervencionismo salvó al capitalismo de la crisis de 1929. El segundo es que EE.UU. es un país severamente intoxicado por el liberalismo. Y el tercero es que estamos amenazados por unos siniestros liberales (en el sentido europeo) que van a destruir el Estado de Bienestar y, horror mayúsculo, nos van a retrotraer al siglo XIX, donde los ricos pagaban pocos impuestos.
En general, la visión de Francisco es la de alguien que rechaza el mercado y sospecha de las virtudes de la propiedad privada, o lo subordina todo a un inasible bien común, como sostiene la Doctrina Social de la Iglesia, un curioso cuerpo doctrinario, a veces contradictorio, en el que se trenzan los planteamientos económicos, los dogmas religiosos y los juicios morales.