Pero sea que ratifique o derogue Obamacare, todo o en parte, la Corte no tiene la última palabra sobre este tema. Esta recae en última instancia sobre el pueblo americano, a través de sus representantes en el Congreso, para que decidan el futuro de la atención médica en Estados Unidos y si el gobierno federal actuará dentro de sus límites constitucionales. Obamacare debe ser totalmente derogada.
Los magistrados de la Corte Suprema estarán escuchando durante estos días los argumentos sobre la constitucionalidad de la ley de salud firmada por el presidente hace un par de años. Esta ley conocida como Obamacare altera por completo la relación Estado-ciudadano y son varios los motivos por los que ha sido llevada ante los tribunales.
La Corte hoy escucha argumentos orales sobre uno de los temas más importantes de los últimos 65 años: Saber si la Constitución faculta al Congreso a exigirles prácticamente a todos los americanos que compren u obtengan seguro médico. La respuesta a esa pregunta determinará si el Leviatán federal de verdad sigue siendo un gobierno limitado, con poderes enumerados o si la división de poderes entre el gobierno federal, por un lado, y los estados y el pueblo, por el otro, por fin ha sido borrada. En resumen, el argumento de hoy va al corazón mismo de nuestra república “federalista”, enfrentando a dos visiones radicalmente diferentes sobre el papel del gobierno nacional en nuestras vidas.
Obamacare, un caso que toca el núcleo de la Constitución y cuyo resultado podría alterar de forma fundamental el papel del gobierno federal y su poder sobre el pueblo. Y hoy la Corte hace justamente eso al abrir sus puertas y comenzar a sopesar los argumentos sobre la constitucionalidad de la importantísima ley de salud del presidente Barack Obama.
En Libertad.org hemos mantenido informados a nuestros lectores sobre lo que conlleva esta ley y las repercusiones que tendría en la forma constitucional de gobierno de la nación. Desde el principio tenía mala pinta el plan progresista del presidente pero ha resultado ser peor aún de lo que nos temíamos.