No poco revuelo ha causado la decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos de conminar a todos los estados de la Unión a que integren en sus respectivos ordenamientos el matrimonio homosexual o eliminen las prohibiciones expresas de ese tipo de matrimonio. Pero desviándonos del debate respecto de la justicia o necesidad del matrimonio homosexual, he notado que en toda la discusión provocada no se ha tocado mucho un punto cuya relevancia trasciende a este caso: el régimen constitucional.
En general, la visión de Francisco es la de alguien que rechaza el mercado y sospecha de las virtudes de la propiedad privada, o lo subordina todo a un inasible bien común, como sostiene la Doctrina Social de la Iglesia, un curioso cuerpo doctrinario, a veces contradictorio, en el que se trenzan los planteamientos económicos, los dogmas religiosos y los juicios morales.
Una cosa es la exhortación moral del Papa a cambiar personalmente nuestro modo de vida para preservar la casa común y otra muy distinta sus erróneas conclusiones políticas, basadas en la letanía ecologista y no en la ciencia, y en una visión muy peronista de la economía, como ya se pudo observar en su anterior encíclica. Y no hay más que mirar a la Argentina un poco por encima para ver a dónde llevan esas ideas.