Es importante insistir, hasta el cansancio, que cuando el papa habla de cuestiones económicas no es otra cosa que la opinión de una persona más, con lo cual hasta el cristiano más ferviente puede estar en desacuerdo. El papa no es infalible cuando habla del crecimiento económico, la distribución del ingreso u otras cuestiones económicas como acaba de ocurrir con Francisco en su viaje por América Latina. Lo preocupante del mensaje de Francisco es que deja abierta la puerta para el conflicto social.
Tenemos acuerdo. Un acuerdo mucho peor del que nos imaginábamos. Es un acuerdo que otorga al régimen iraní 140,000 millones de dólares a cambio de… nada palpable: No se desmantela el programa nuclear iraní, no hay inspecciones a ningún sitio ni en ningún momento, no se frena el programa iraní de misiles balísticos, no se mantiene el embargo de armas, no se detiene el patrocinio iraní del terror.
El no rechazar el crucifijo comunista, símbolo entregado por Evo Morales, da mucho que pensar. No podemos dejar de recordar la resistencia al comunismo del Obispo Karol Wojtyla, más conocido como el papa Juan Pablo II, en la Polonia esclavizada por el imperio soviético, tras el horror de la Segunda Guerra Mundial.
El objetivo del Estado Islámico es expandirse por el mundo musulmán hasta que todos los creyentes estén bajo su mando. Los terroristas de al-Bagdadi siembran el pánico allí donde ejercen su dominio. Las ejecuciones sumarias de los que se oponen a sus mandatos y las campañas de exterminio de infieles son dos de sus características más espantosamente célebres.
En general, la visión de Francisco es la de alguien que rechaza el mercado y sospecha de las virtudes de la propiedad privada, o lo subordina todo a un inasible bien común, como sostiene la Doctrina Social de la Iglesia, un curioso cuerpo doctrinario, a veces contradictorio, en el que se trenzan los planteamientos económicos, los dogmas religiosos y los juicios morales.