Sea de que se trata de la publicación retardada del informe 2011 sobre las fuerzas armadas chinas y los desarrollos en seguridad que prepara el Departamento de Defensa (DOD) o de las declaraciones del vicepresidente Joe Biden con respecto a los derechos humanos en China, queda cada vez más claro que la administración Obama tiene una visión totalmente incoherente de la República Popular China.
La administración Obama ha estado echándose flores por su política de reseteo con Rusia, describiéndola como uno de sus mayores logros diplomáticos. Si se mira más de cerca, sin embargo, queda claro que el reseteo no ha sido más que una lista de concesiones a un estado cada vez más beligerante y agresivo.
En septiembre, el presidente Obama debe pronunciar un discurso en el que desvelará un nuevo plan para crear empleos y hacer que la economía de Estados Unidos crezca otra vez. El problema es que el plan probablemente estará diseñado con las mismas nociones que produjeron las políticas que han llevado a la economía de la nación donde está hoy. Si Estados Unidos no desea seguir con déficits y desempleo sin fin, entonces hace falta una nueva agenda.
Además, a medida que la guerra en Afganistán se acerca a su undécimo año, Estados Unidos sigue confiando de manera en el apoyo de sus socios del mundo anglosajón. Mientras que Gran Bretaña, Australia y Canadá han estado codo a codo con Estados Unidos en esta guerra –una misión autorizada por la ONU y la OTAN— otros aliados europeos se han mantenido al margen y han dejado que los demás llevan la carga.
Tanto si se trata de terremotos como de ataques terroristas, Estados Unidos debe estar preparado ante las amenazas al territorio nacional. Pero acertar con los sistemas y respuestas de seguridad interior está entre los más difíciles problemas para Washington. El exceso de centralización, la omnipresente complacencia y el arraigado politiqueo se interponen a la hora de conseguir una seguridad interior más efectiva. Ahora es el momento de que Washington se asegure de hacer lo correcto en vez de esperar a que golpee la catástrofe.
Mark Knoller, hizo referencia a un sombrío hito presidencial en su página web ayer por la noche. “La deuda era de $10.626 billones el día que Obama asumió el cargo. El cálculo más reciente del Departamento del Tesoro muestra que la deuda ha alcanzado los $14.639 billones”, escribe Knoller. “Es el aumento más rápido de la deuda que presidente alguno de Estados Unidos haya hecho”.