Casi 150 años después, es hora de hacer un chequeo de perspectiva. Si Lincoln podía alentar a sus conciudadanos a dar gracias en una etapa tan sombría, ¿cómo puede alguno de nosotros quejarse de su suerte? ¿Cómo podemos leer encuestas indicando que nuestros mejores días ya pasaron, que todo lo que podemos hacer es gestionar nuestro “inevitable” declive? Qué sinsentido.
En este Día de Acción de Gracias que celebramos mañana en todo Estados Unidos, las familias americanas se reúnen en torno a una mesa con un buen pavo y otras delicias para compartir buena comida y buena conversación con sus seres queridos y familiares. Los beneficios del tiempo en familia, no sólo en el Día de Acción de Gracias, pueden durar mucho más que ese magnífico pastel de calabaza.
Los medios de comunicación no dejan de mencionar que Estados Unidos “tiene 49.1 millones de pobres”, que la pobreza alcanza “niveles extremos”, que cada vez son más los que necesitan estampillas de comida para sobrevivir, y así por el estilo. Aunque no se puede discutir que haya gente en circunstancias de pobreza, primero habría que analizar qué constituye pobreza en Estados Unidos.
Todos existimos en algún tipo de relación con los demás. De hecho, nos convertimos en quienes somos –desarrollamos nuestros propios hábitos y puntos de vista únicos– en el contexto de estas relaciones. Tenemos que pensar en nosotros mismos y en los demás no sólo como individuos autónomos sino como personas en comunidad. Y la forma más básica de la comunidad es la familia.