Será el trabajo duro pero necesario para el próximo presidente de Estados Unidos —sea quien sea— restaurar el prestigio y la credibilidad internacional de Estados Unidos. Mantener la fuerza militar de la nación, reforzar su diplomacia internacional y usar la diplomacia pública para recordar al mundo los logros y la influencia de Estados Unidos deben ser parte de esa tarea.
El presidente Obama y su gobierno han enviado mensajes confusos sobre la política de Estados Unidos en Medio Oriente. En su discurso del año pasado ante la Asamblea General de la ONU, Obama despertó unas expectativas que él no era capaz de satisfacer cuando exhortó a la consecución de un estado palestino independiente y soberano en el espacio de un año, justo para estas fechas en las que se reune la Asamblea.
Los legisladores de Estados Unidos están finalmente despertando ante esa posibilidad de que China le dispute la primacía a Estados Unidos no solo militar y económicamente sino en las esferas de la información y la diplomacia pública. Por lo menos, algunos en el Congreso están decididos a cerciorarse de que Estados Unidos se enfrente al reto y que el gobierno chino no se salga con la suya usando oportunismo descarado en nuestro ambiente mediático libre y sin censura.
El enfoque de Obama [al proceso de paz] no ha conseguido nada. A cambio, los palestinos le pagan el favor con una campaña en la ONU que parece diseñada para humillar a la Casa Blanca. Al igual que Jimmy Carter anteriormente, Obama está descubriendo que cuando los presidentes americanos sostienen una posición de acomodo y ambivalencia en asuntos internacionales, se aprovechan de ellos. La debilidad invita a la agresión.
La administración Obama podría decidirse a hacer caso omiso del consejo de sus comandantes militares y reducir la presencia militar de Estados Unidos en Irak a menos de 4,000 efectivos a finales de año y eso ha provocado que 42 distinguidos expertos en política exterior escriban una carta abierta al presidente Obama instándole a que reconsidere su actitud.