Dejando a un lado la casi imposibilidad de crear un índice fiable del “bienestar subjetivo” y usarlo de manera práctica para evaluar la efectividad de las normativas del gobierno, el deseo del gobierno de medir la felicidad de sus ciudadanos es absurdo en el mejor de los casos y peligroso en el peor.
El experto de Heritage Patrick Knudsen explica que: “Cuanto más lo demore el Congreso, más probables son unas bruscas y repentinas reducciones del beneficio, unos impuestos tremendamente más altos, unos déficits y una deuda más profundos…o todo a la vez”. Washington no puede seguir aplazando su deber fundamental de promulgar un presupuesto y poner el gasto bajo control y no debería tratar de resolver la crisis fiscal de la nación vaciando la seguridad nacional.
Hoy en día, esto está cantado pero no está muy claro si se han enterado los que deben. Estados Unidos no puede sufrir nuevamente otro periodo de abstinencia financiera que afecte a sus fuerzas armadas. Es cierto que Estados Unidos sigue teniendo al mejor ejército del mundo, pero los drásticos recortes en defensa están poniendo en peligro ese título. La administración y el Congreso tienen que aprender del pasado y cumplir con su responsabilidad constitucional de proveer la defensa común.
Hollande, por el contrario, prometió subir los impuestos a las grandes empresas y a las personas adineradas, implementar un tramo fiscal del 75%, incrementar el gasto público en 20,000 millones de euros, subir el salario mínimo, contratar 60,000 profesores más y bajar la edad de jubilación de los 62 a los 60 años para algunos trabajadores. Dice que es “el presidente de los jóvenes de Francia” y cree que el estímulo público es el modo correcto de alcanzar el crecimiento económico, no vía recortes de gastos.